ACTO XVII
Elicia se da cuenta de que es insensato llorar la muerte de Sempronio; su luto parece ausentar las visitas a su casa. Recuerda el buen consejo de Celestina:
El diablo me da tener dolor por quien no sé si, yo muerta, lo tuviera. Osadas, que me dijo ella a mí lo cierto: nunca, hermana, traigas ni muestres más pena por el mal ni muerte de otro que él hiciera por ti. Sempronio holgara, yo muerta; pues ¿por qué, loca, me peno yo por él degollado? ¿Y qué sé si me matara a mí, como era acelerado y loco, como hizo a aquella vieja que tenía yo por madre?
Decide quitarse el luto y tramar con Areusa cómo vengarse de Calisto. Vuelve, pues, a casa de Areúsa.
Estando allí, llega Sosia a visitar a Areúsa. Elicia se esconde. Aquella se muestra muy afable y trata de engatusar al recién llegado. Sosia revela la hora y el camino por donde irán al huerto de Melibea. Cuando Sosia sale, Areusa se felicita por sus mañas para engañar a Sosia tan gran facilidad. Ella no tenía nada que envidiar a Celestina:
Así sé yo tratar los tales, así sale de mis manos los asnos, apaleados como éste; y los locos, corridos; y los discretos, espantados; y los devotos, alterados; y los castos, encendidos. Pues, prima, aprende, que otra arte es ésta que la de Celestina; aunque ella me tenía por boba, porque me quería yo serlo.
Tras sacarle el secreto, despide a Sosia fingiendo tener muchas ocupaciones.
ACTO XVIII
Elicia y Areusa van a la casa de Centurio para convencerle a tomar la venganza en Calisto y Melibea. Centurio explica que él hará cualquier cosa que Areusa le pida y que esté dentro de sus posibilidades, entre las que enumera algunas:
Mándame tú, señora, cosa que yo sepa hazer, cosa que sea de mi oficio. Un desafío con tres juntos, y si más vinieren, que no huya, por tu amor; matar un hombre; cortar una pierna o brazo; harpar el gesto de alguna que se haya igualado contigo: estas tales cosas, antes serán hechas que encomendadas.
Areúsa quiere que las vengue, a ella y Elicia, de un caballero llamado Calisto. Centurio está dispuesto a matarle sin darle tiempo a confesarse:
Enviémosle a comer al infierno sin confessión.
Cuando le hacen saber que le acompañarían dos de sus mozos, aprovecha para hacer un elogio a su espada:
Pequeña presa es essa, poco ceuo tiene ay mi espada. Mejor ceuara ella en otra parte esta noche, que estaua concertada. ... Si mi espada dixesse lo que haze, tiempo le faltaría para hablar. ¿Quién sino ella puebla los más cementerios? ¿Quién haze ricos los cirujanos de esta tierra? ¿Quién da contino quehazer a los armeros? ¿Quién destroza la malla muy fina?
ACTO XIX
De camino al huerto de Melibea, Sosia le comenta a Tristán lo de su nueva amistad con Areúsa, tan hermosa, tan bien arreada, tan bien perfumada, con manos blancas como la nieve, dispuesta a entregársele. Tristán le aconseja ser prudente y no fiarse de ese tipo de mujeres, pues quizás, lo que quería era averiguar el camino por donde iban a ir al huerto. Llegados al huerto, Calisto ordena poner la escalera y callar, pues quiere escuchar las cancioncillas que entona Melibea y Lucrecia. Cantan a dúo:
Lucrecia y Melibea:
Dulces árboles Sombrosos,
humilláos quando veays
aquellos ojos graciosos
del que tanto desseays.
Estrellas que relumbrays,
norte y luzero del día ,¿Por qué no le despertays,
si duerme mi alegría?
Calisto no puede esperar más y se presenta ante Melibea. La anima a que siga cantando. Para ella, la inspiración provenía del deseo de ver a su amado, al que ya tenía delante. Mientras habla, Calisto trata de desnudarla. Melibea muestra ciertos reparos ante la acostumbrada impaciencia y violencia de su amado:
no me destroces ni maltrates como sueles. ¿Qué provecho te trae dañar mis vestiduras?
Calisto, como voraz de halcón que quiere devorar su presa, le responde:
Señora, el que quiere comer el ave, quita primero las plumas.
En el transfondo, Lucrecia esta observando a los amantes y se deshace de dentera. Del otro lado de la tapia llegan gritos de los criados que parecen estar enzarzados en un altercado con Traso y su pandilla. Calisto, a los ruidos, se desprende de Malibea y sube apresuradamente las escalera para ayudar a sus mozos. Melibea queda nerviosa ante lo que le pueda pasar a su amante. Tristán le dice a su amo que no baje, que solo se traraba de unos bellacos que pasaban dando voces. Recomienda a su amo que baje con cuidado. Calisto resbala y cae pidiendo confesión. Yace en el suelo inerte, sin habla.
Los criados le dan por muerto. Meliba y Lucrecia escucha al otro lado de la tapia. Oyen decir a Tristán:
¿Oh mi señor y mi bien muerto! ¡¡Oh mi señor despeñado! ¡¡Oh triste muerte sin confessión! Coge, Sosia, esos sesos de esos cantos, júntalos con la cabeza del desdichado amo nuestro. ¡¡Oh día de aziago! !Oh arrebatado fin!
Lucrecia persuade a la doncella a ir a su cámara. Decide llamar a los padres y fingir otro mal..
ACTO XX
Lucrecia va a la cámara de Pleberio y le manda a venir a ver a Melibea. Pleberio se alarma al ver a su hija tan desconsolada:
¿Qué dolor puede ser, que iguale con ver yo el tuyo? Tu madre está sin seso en oir tu mal. No pudo venir a verte de turbada. Esfuerza tu fuerza, abiva tu corazón, arréciate de manera que puedas tú conmigo ir a visitar a ella. Dime, ánima mia, la causa de tu sentimiento.
Melibea quiere subir con su padre a la azotea para mirar el paisaje y los navíos, a ver si así afloja su congoja. Pide que le traigan algún instrumento para acompañar el canto y mitigar así su dolor. Pleberio pide a Lucrecia que le acompañe. Melibea llama a ésta para comunicarle un mensaje que quiere enviar a su madre. Desde lo más alto de la torreta, recita Melibea detalladamente a su padre, quien desde abajo la escucha, sus tratos con Celestina, sus amoríos con Calisto y la muerte del desdichado. Muerto su amor, sería injusto, añade, que ella siguiera con vida.
¿Qué crueldad sería, padre mío, muriendo él despeñado, que viviese yo penada? Su muerte convida a la mía, comvídame y fuerza que sea presto, sin dilación, muéstrame que ha de ser despeñada por seguirle en todo. y así contentarle he en la muerte, pues no tube tiempo en la vida. ¡¡Oh mi amor y señor Calisto! Espérame, ya voy; detente, si me esperas; no me incuses la tardanza que hago,dando esta ultima cuenta a mi viejo padre, pues le debo mucho más. ¡¡Oh padre mio muy amado! Ruégote, si amor en esta pasada y penosa vida me has tenido, que sean juntas nuestras sepulturas: juntas nos hagan nuestras exequias. algunas consolatorias palabras te diría antes de mi agradable fin ... veo tus lágrimas malsufridas descender por tu arrugada faz. Salúdame a mi cara y amada madre: sepa de ti largamente la triste razón porque muero ... gran dolor llevo de mí, mayor de ti, muy mayor de mi vieja madre. Dios quede contigo y con ella. A él ofrezco mi ánima. Pon tú en cobro este cuerpo, que allí baxa.
ACTO XXI
Pleberio vuelve a su cámara. Alisa le pregunta por qué está tan triste. Pleberio recita una larga lamentación. Lamenta el desengaño y la futilidad de su vida y su trabajo; la inutilidad de las riquezas que había almacenado en beneficio de su hija. Maldice a la fortuna por haberle privado del gran consuelo de su vejez, maldice el amor. Concluye con estas palabras:
Del mundo me quejo, porque en sí me crió, porque no me dando vida, no engendrara en él a Melibea; no nacida, no amara; no amando, cesara mi quejosa y desconsolada postrimería. ¡¡O hmi compañera buena! ¡¡mi hija despedaççada! ¿Por qué no quisiste que estorbasse tu muerte? ¿Por qué no hubiste lástima de tu querida y amada madre?
¿Por qué te mostraste tan cruel con tu viejo padre? ¿Por qué me dexaste, quando yo te había de dexar? ¿Por qué me dexaste penado? ¿Por qué me dexaste triste y solo in hac lachrymarum valle.